Había llenado de aire una pequeña bolsa de plástico, cerrándola con una goma. Puse una piedra pequeña encima y empecé a palparla, sin preocuparme por descubrir nada. Con la presión, la piedra subía y bajaba por encima de la bolsa. Entonces, de pronto, me di cuenta de que aquello era algo vivo. Parecía el cuerpo. Era el cuerpo. Lygia Clark
Lo escribió Antonin Artaud, “entre mi cuerpo y yo no hay nadie”. Nacer, existir, sentir, pensar, hablar, amar, sufrir, morir son verbos cuya condición necesaria es el cuerpo. A lo largo de la historia, el cuerpo ha sido el “campo de batalla” de los intereses sociales, religiosos y económicos. En cada época, el contexto sociocultural ha marcado lo que se le pedía al cuerpo por encima del individuo. En nuestra sociedad post-industrial, el cuerpo está sometido a las presiones del mercado de consumo, a las manipulaciones genéticas y a la intrusión de la tecnología en su esfera más íntima. Se ha convertido en un objeto mercantil más o una maquinaria que se puede mejorar continuamente, modificando la imagen que proyecta (las palabras relacionadas son: cosmética, moda, dietética) o interviniendo en el propio organismo (ver biotecnología y genética).
La tecnología no solamente permite transformar el cuerpo sino que nos ha abocado a otra situación extrema: su anulación. La pantalla del ordenador como protuberancia o prolongación de nosotros mismos nos libera de la corporeidad. Nos volcamos en la pantalla y navegamos sin materia por las redes. Se han superado los límites de nuestros cuerpos: podemos conversar, ligar, comprar, viajar, visitar monumentos durante todas las horas del día y en todos los lugares del planeta, sin movernos de nuestro asiento, con sólo un movimiento del ratón. Es el fin del cuerpo y el nacimiento de nuevas identidades virtuales sin rostro. El arte siempre ha sido precursor en detectar los cambios de sociedad y cómo pueden afectar al ser humano. Tiene esta capacidad de especular con la realidad planteando ¿qué pasaría si…? y adelantándose a su tiempo o volviendo al principio de los tiempos.
La exposición “Fin del cuerpo: proponemos terapias” propone fijarnos en lo que hemos tenido siempre pero que obviamos cada vez más: nuestra presencia física en el mundo. Los seis trabajos que conforman la muestra nos hacen sentir y pensar con nuestro cuerpo, sobre el cuerpo, sus límites, su relación con la naturaleza, es decir sobre la vida en sí.