SINAPSIS
El Museo de Fotografía Contemporánea de la Fundación Vila Casas, con sede en el Palau Solterra de Torroella, ha inaugurado la temporada con tres exposiciones que parecen unidas por una misma percepción illuminadora del paisaje, aunque desde aproximaciones diferentes. Se trata de las exposiciones Sinapsis, de Mapi Rivera; Poematges, de Martí Boada y Teresa Romanillos, y Percepciones, de Anna Bahí.
Mapi Rivera (Huesca, 1976), la más conocida, es una artista con tendencia a levitar. Su trabajo se sustenta en unas fotografías de paisajes subyugadores, a pesar de que el centro de atención es ella misma, flotante en el aire en actitud extática, hipnótica o epifánica, rodeada a menudo por un halo de luz o atravesada literalmente por la electricidad de un rayo. Todo su trabajo se nutre de un misticismo a veces tan obvio, que se decanta hacia una formalización surrealista quizás no deliberada, pero que sirve para atenuar la descarga de trascendencia con una sombra grácil de imagen soñada. A propósito de la frecuencia con que se sirve de su propio cuerpo desnudo, se la ha comparado más de una vez con el arte de Marina Abramovich o Ana Mendieta. En estas artistas, pero, hay un cuestionamiento del rol de la feminidad que Mapi Rivera más bien explota y que recuerda, con matices, Mayte Vieta sumergida en agua de Silencio (2001), una serie en que el artista transformaba el cuerpo en una imagen tremendamente elocuente para dar forma al indecible: la soledat, el dolor, la pérdida, el placer, la vida, el tiempo, sin tener que recurrir al preciosismo de ninguno otro paisaje que no fuera la piel y el agua. Mapi Rivera, al contrario, juega la carta del encantamiento, por el cual el cuerpo es bonito (un objeto sagrado) y el paisaje es como un decorado magnificente para subrayar en un tipo de coreografía wagneriana el instante de la iluminación personal. Para este objetivo no le sirve una natura cualquiera, sino entornos de una amplitud tremebunda, preferentemente sin ninguna impronta humana. Excepto la suya. Lugares “imaginales”, ha dicho remitiéndose a un concepto del estudioso del sufismo Henry Corvin, más oníricos que terrenales, capturados además en una hora mágica, justo a la salida o a la puesta del sol, para empaparlos de una luz propicia al estallido de la transfiguración. Dejando de lado que uno pueda estar tan interesado como Mapi Rivera en la lectura de los místicos, el hecho es que sus Sinapsis contienen una cierta belleza, a la cual contribuye el formato apaisado, espectacularmente panorámico, de las imágenes, que tienen algo también de la del mundo de Cristina de Andrew Wyeth. Quizás lo que más fascina es la posibilidad de que la naturaleza, enigmática, impenetrable, se agriete con la fuerza de un rayo y se rebaje a abrazarnos.
La mirada a la naturaleza de Martí Boada (Sant Celoni, 1949) y Teresa Romanillos (Barcelona, 1970) es toda otra, empezando por el hecho que no son artistas; son científicos, cardióloga ella, geógrafo ambiental él, unidos por la atracción por el Montseny, los caminos de pasto, la niebla del horizonte, las hierbas humildes, la altura de la haya. Cuando se fijan en los detalles, se vuelven poetas juguetones: cuelgan, por ejemplo, un serrucho, un libro y una rama, y dicen “Biomases foliars reptants”, o de una hoja seca en forma de corazón deducen una “dimensión coronaria del bosque”. Si examinan la corteza de los árboles, no es para leer ninguna gravedad preñada de significado, sino unas arrugas fraternas, como si en la comparación con la piel humana los árboles segregaran alguna secreta curación. En las imágenes y las esculturas que fabrican con ramas y troncos de bosque, no hay ninguna lejanía sagrada, sino, al contrario, una proximidad comprensiva abierta tanto a la maravilla como la ironía.
Anna Bahí (Banyoles, 1972) ha escogido precisamente las fotografías de Teresa Romanillos de la serie Rasgos para establecer un diálogo con las obras del fondo de Palau Solterra. En conexión con Mapi Rivera, también Bahí se sirve de su cuerpo para relacionarse con la natura, pero se adentra a la manera de Romanillos, desde una proximidad radical: la artista, aquí, no es “tocada” por el paisaje, sino que se funde, en un acto de intimidad forzosamente idealizado, un bálsamo de transparencias para vencer el vértigo.
Artículo de Eva Vàzquez, publicado en el Punt Avui, 19 de marzo 2017
Exposición SINAPSIS en la Fundación Vilacasas, Palau Solterra, Torrella de Montgrí, Gerona