En “Burbujas” oímos como un silencio, el cuerpo se convierte en objeto y sujeto de nuestra mirada y pensamiento. Esta reivindicación directa del cuerpo no podemos más que recordar actitudes como las de Ana Mendieta en sus Animas o sus Árboles de la vida, o Charlotte Moormann con sus arriesgadas performances…Un cuerpo no como ser, sino como un acontecer que se nos ofrece. “Burbujas” nos ubica en una posición más íntima que la desnudez, la de asistir a la metamorfosis. El cuerpo deviene un tránsito, un estado nómada con el que disentir de las realidades fijas o preestablecidas.
Hay una larga tradición en el pasado siglo XX de artistas, sobre todo en los setenta, que usaron su cuerpo como tema y como medio en las obras, poniéndolo a prueba en casos como el de Gina Pane con sus cicatrices, alterándolo como Olan con las modificaciones de su cuerpo a través de las intervenciones de cirugía plástica, en cualquier caso, convirtiendo el cuerpo en un instrumento crucial y eficaz de la actividad creativa.
Para las artistas, trabajar con el cuerpo ofreció un medio idóneo para cuestionar los cánones establecidos sobre la belleza y los roles de la mujer. Y es que la representación del cuerpo en el arte no sería la misma sin la riqueza conceptual de los distintos feminismos. Y en esto, juegan un rol fundamental autoras como Louise Bourgeois, Cindy Sherman o Janine Antoni.
Esta actitud que significa a la par una renuncia a la jerarquía tradicional de las formas artísticas—pintura, dibujo y escultura— y un reto hacia un mercado (el del arte) acostumbrado a comerciar con tangibles… Los medios más adecuados para mostrar y documentar este devenir del cuerpo han sido obviamente la fotografía, el cine y/o el vídeo, que permiten captar al artista en acción y preservar su imagen. Medios desafiantes también con respecto a la noción de un único original. La fotografía y el video proporcionan imágenes que a modo de documento recogen las acciones. Permiten asistir a la acción pero además dan al artista el margen suficiente de manipulación para establecer el “tempo” deseado, para perfilar con exactitud sus matices o alterar digitalmente aquello que fuere preciso.
Así el trabajo de Mapi Rivera aborda todo tipo de medios lo fotográfico o videográfico, y, sin pertenecer a una única disciplina teje su discurso, cosiendo si es preciso, con textos y, dibujos, levantando un corpus compacto, en cualquiera de los casos ejerciendo un control preciso y perfeccionista de la imagen y del tono final, midiendo cada matiz.
A este largo descenso a la profundidad del yo se asiste casi desde el ruedo.Nos traslada de modo voluntario hacia una desaparición progresiva del yo.
Por el camino, igual advertimos que ese cuerpo no es tan lejano, se asemeja quizás al nuestro y en ese mudar de piel hay algo que nos afecta, un renacimiento común.
Es un cuerpo de claras contaminaciones orientales, con esas frágiles esferas que en el inconsciente colectivo atribuimos a la infancia y sus pompas de jabón, y en la madurez, a la imagen de perfección.
Como mundos perfectos, cristales brillantes flotantes jugando con ese cuerpo atemporal. Inevitablemente nos evoca a las diosas- la diosa dadora de nueva vida e inmortalidad (Deméter, Artemis de Éfeso, Isis, Hathor, Isthar). Y a otras de un erotismo sagrado (Afrodita, o Sakti)…