La alusión constante a la naturaleza y a los vínculos profundos que se establecen con la realidad sensible son motivo continuo en la producción de Fina Miralles. Mi intención crítica es explorar que “significa” esta relación en algunas de las obras en el marco de la triada naturaleza – cultura – feminidad. No pretendo mostrar la coherencia interna en contenidos, ni explicar así los repentinos cambios de soporte y lenguaje que hace la artista, ni asociar sus periodos de producción con sus silencios, la obra y la vida. A pesar de los tópicos que sobre los artistas de su generación se difunden, para Miralles el arte no se encuentra, afortunadamente, en el mismo plano de la vida. María Zambrano lo expone muy bien en estas líneas: “Arte y vida se complementan, pues si el arte existe, es porque (…) la vida lo necesita como agente de una acción que sin él no podría realizar. Entre tantas cosas que los europeos modernos hemos olvidado, se cuenta la función medicinal del arte, su poder casi mágico, su taumaturgia legítima”.
Las panorámicas sobre la época muestran que las experiencias en la naturaleza, la exploración de los sentidos y del cuerpo fueron un punto de partida de un gran número de artistas conceptuales. En el caso de Miralles, la crítica de los setenta asociaba sus primeras obras con las experiencias internacionales de land art y con el incipiente pensamiento ecológico. Lo que fue territorio de experimentación y de entusiasmo propio de un momento de cambio cultural obtuvo un peso y una trascendencia bien diferentes en el desarrollo individual de cada artista.
Mis primeras investigaciones me indican que para algunas artistas catalanas que protagonizaron aquella vanguardia, aquellas ideas fueron, además de un frente común ante de una cultura moribunda, una vía de búsqueda del sentido trascendente para su experiencia femenina del mundo…
La imagen de mujer – árbol, (…) tiene, desde la perspectiva de mi estudio, interés particular porque asocia cuerpo femenino y naturaleza. Me gustaría apuntar que esta relación se encuentra presente en un importante número de producciones de mujeres artistas, de épocas y culturas diversas. Me refiero, por ejemplo a obras de Frida Kahlo, Ana Mendieta, Laura Aguilar, Daniela da Lorenzo o, en nuestro ámbito, al vídeo de Mirta Tocci con el fuego, las fotografías de Mapi Rivera con las prolongaciones arbóreas de su cuerpo o la imagen – retrato de Joana Cera de la sombra humano – vegetal. A pesar de que en cada caso seria indispensable una lectura del contexto, la relación del cuerpo femenino con el árbol, y en general con los elementos naturales, nos remite a imágenes simbólicas que proceden de momentos y culturas muy diversos…
El árbol aparece, según los estudiosos, en múltiples temas simbólicos, y siempre indica ideas en torno “al Cosmos vivo y en perpetua regeneración”. Es, por tanto, principalmente un símbolo de la vida y también de la comunicación de los tres mundos: subterráneo, terráqueo y celestial. Además el árbol es símbolo femenino en tanto que surge de la tierra madre y el mismo produce frutos. Por otro lado, la figura femenina es una imagen que simboliza en algunas culturas y referentes antiguos el principio que sustenta el mundo, el llamado “Anima mundi”…