Obertura
“Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas estrañas, los ríos sonorosos, el silvo de los ayres amorosos, la noche sosegada en par de los levantes de la aurora…” Juan de la Cruz. Cántico
Las grafías solares, heliogramas, que presento en esta exposición surgen a partir de una vivencia interior a la vez que de una experiencia de profunda común-unión con la naturaleza de la luz. La luz de Helios (Él-yo), a la que hago referencia, alude tanto a la luz interna del corazón como a la luz exterior y solar. Al mismo tiempo, remite a una Luz que las trasciende a ambas, una Luz cósmica, original, misteriosa y mediadora, una Luz numinosa.
La vía de lo creativo ha resultado ser para muchos artistas, así como para mí misma, una vía de aproximación a lo sagrado, entendido como aquella naturaleza preservada, todavía no profanada. Es durante esas caminatas en la naturaleza y durante estas andaduras internas por la senda de la inspiración cuando me siento libre. Y es esta libertad abrumadora que hace temblar todo mi ser, la que derrumba al instante extrañezas y pesares, dejando espacio sólo para el amor y la creación. La alegría que me invade en estos momentos de reencuentro con mi ser más esencial, deja rastros incontenibles, grafías de luz que toman forma de imágenes o poemas. Pero, sobre todo, huellas indelebles, certezas inexplicables en el fondo de mi corazón.
Las vías que he explorado recorren tanto los senderos del espíritu como los de las altas montañas y los que orillan el mar. Entornos fértiles y áridos, fríos y calurosos, inhóspitos y acogedores. Son inesperados, por ello mantienen mi atención alerta, me sorprenden y me dejo sobrecoger por ellos, orientándome siempre hacia la luz. No hay mapas para adentrarse en el Misterio porque “la libertad es una tierra sin caminos”.
Aun así, la experiencia personal puede avivar el anhelo de otros aventureros, puede contagiar por simpatía el impulso de adentrarse en lo desconocido. Puede despertar ese ser aletargado, que es, en realidad, indómito, salvaje y siempre libre. El reto está en que cada uno abra su propia vía, cuestionándose los caminos trazados. Ya que hay realidades inefables imposibles de describir que sólo pueden ser conocidas a través de la experiencia. ¿De qué otra forma se podría explicar, dar a conocer, un sabor o un fragancia?
En el campo de la estética, es posible experimentar la belleza por la vía de la contemplación, pero no se trataría de una contemplación pasiva, sino participativa, en la que el que contempla se siente embargado, emocionado, sensibilizado por la obra de arte.
La heliosis, en el sentido simbólico que toma en esta muestra, sería una hiper-exposición solar, en la que el contemplador del sol participa y experimenta la luz interior y exterior en exceso, padeciendo una transformación. Si estos heliogramas, imágenes de luz, os llegan a conmover, si os motivan alguna emoción que rasgue el velo de la indiferencia, se habrá producido en vosotros un pequeño cambio, una sutil metamorfosis.
El paisaje y el pasaje visionarios
“Te invito a suprimir ese pensamiento tan penetrante y sutil y cubrirlo con una gruesa nube del olvido… Porque el amor puede alcanzar a Dios en esta vida, pero no el conocimiento.” Anónimo inglés. XIV. La nube del no saber
“Porque por el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas, arrojándolo todo y del todo serás elevado espiritualmente hasta el divino Rayo de las tinieblas de la divina Supraesencia.” Dionisio Aeropagita s. V. Teología Mística
Quien, herido de amor como el heliotropo, decida iniciar el camino de ascenso hacia Helios, deberá purificar su ser, abandonar lo familiar, desprendiéndose de todo lo conocido, para poder volverse libre y liviano. Se trata de una fase de arranque del viaje nada fácil, pues las inercias y los hábitos llevan tiempo motivando nuestros actos. Teresa de Jesús decía que esa fase del camino era como regar el jardín del alma sacando el agua del pozo con las propias manos. Es un inicio minucioso del viaje hacia el Misterio, durante el que se avanza muy lentamente.
Sin duda, muchos viajeros se han sentido perdidos, abrumados ante la perspectiva del largo recorrido que queda por andar. Con el fin de orientar a estos aventureros, un monje anónimo escribió en el s. XIV un texto llamado “La nube del no saber”4. Esta pequeña guía es una suerte de brújula para cualquier caminante espiritual que, mediante el símbolo de “la nube” y “la tiniebla”, anima al desasimiento e invita a impulsarse hacia lo divino por medio del amor.
Basta imaginar a nuestro alrededor una nube luminosa para tener la oportunidad de desconocer todo lo que creíamos conocer, de abandonar todo lo sabido y sumergirnos en esa vaporosidad sin fricción. Nuestra visión no sería capaz de enfocar nada, y en esta inmersión en la nube, la ausencia imaginal limpiaría la retina de todo lo visto y conocido. Ya en el siglo V, Dionisio Aeropagita concibió esta visión carente de formas como la única vía de contemplación divina. Ante nuestra visión queda, tan sólo, una “tiniebla superclarísima” que nos envuelve, abraza y no tiene límite, principio o final. Luz blanca, Luz en la tiniebla, Luz clarificadora.
Se trata de una Luz que se desmarca de lo solar y seco, capaz de crear sombras y formas definidas y se impregna de lo húmedo y vaporoso, capaz de difuminar contornos. Es, sin duda, una forma de hablar de una Luz primigenia que transciende la luz natural. Una Luz apofática, que no es posible describir. De allí el recurso de la tiniebla y la nube que la matizan, negando cualquier definición verbal o imaginal. Ni las palabras, ni las imágenes son capaces de expresar su fuerza amorosa, su esplendor y su poder vital. Nada salvo aproximaciones poéticas, visuales y paradójicas consiguen esbozar los visionarios, los místicos y los creadores. Sus poemas, sus obras de arte, sus melodías sublimes, no son sino testimonios de una vivencia, instantáneas de la incursión en el paisaje visionario. La tierra de las visiones, los parajes paradisíacos que pueblan los sueños proféticos, los arrebatos místicos, las inspiraciones artísticas se sitúan según Henry Corbin en un lugar intermedio entre lo inmanente y lo trascendente, entre la tierra y el cielo.6
La oración del heliótropo
“¿Qué otra razón podría darse de que el heliotropo siga el movimiento del sol y el selenotropo el de la luna, haciendo cortejo, en la medida de su poder, a los luminares del mundo? Pues en verdad toda cosa hace oración según el rango que ocupa en la naturaleza y canta la alabanza del elemento principal de la serie divina a que ella pertenece, ya sea una alabanza espiritual, racional, física o sensible; pues el heliotropo se mueve en la medida en que es libre de moverse y si pudiésemos oír el sonido del aire producido por su movimiento de giro, nos daríamos cuenta de que se trata de un himno a su rey, tal como puede cantarlo una planta.” Proclo, s. V (Citado por Henry Corbin. La imaginación creadora)
Cuenta el mito griego que Clitia, enamorada de Helios y deseándolo para ella sola, delató sus amores con la mortal Leucotoe. Como castigo ésta fue enterrada viva por su padre, encerrada en su sombra y perdiendo todo contacto con la luz solar. Helios sólo pudo transformar a Leucotoe en árbol de incienso, ya que un ser humano jamás debía enamorarse o dejarse enamorar por un dios. Clitia, repudiada eternamente por Helios y consumida por el abandono, se transformó en heliotropo o girasol, la flor que muestra siempre su cara al sol como prueba de su admiración.
Sólo un impulso intenso de amor pudo provocar una metamorfosis como la que experimentó Clitia. El amor es la fuerza capaz de operar la transformación total del ser humano mediante un giro, un cambio de orientación, una “conversión”. Esta conversión, este despertar de la conciencia luminosa y numinosa viene provocado por una herida de amor que, incidiendo en lo más íntimo de nuestro ser, genera una rasgadura, un resquicio que abre la percepción a una nueva realidad. La luz que se vislumbra a su través atrae a místicos, creadores, visionarios, empujándoles a volverse continuamente hacia ella. Esa herida abierta, esta mandorla o vulva matricial invita al renacimiento. Quien decide atravesarla, seguir su impulso, su resplandeciente vibración, operará, igual que Clitia, un cambio esencial. El ser codicioso de luz, en su antigua percepción del mundo, morirá para renacer “a imagen y semejanza” de la radiación de su Amor. Ahora, su vida se orientará desde el amanecer hasta el crepúsculo a la contemplación del sol. Helios será su alimento, su motivación y la fuente de su ser. Libre, a pesar de las raíces que la unen a la tierra, Clitia, es símbolo de la transformación mística. Mediante su entrega total y su oración silenciosa comienza un movimiento de aproximación a su amado.
El primer paso hacia lo desconocido es este giro total, este cambio de percepción, esta obertura de una visión nueva. Mirar al sol, orientarse hacia la luz, girarse hacia la fuente de toda inspiración, es el tropismo que opera cualquier persona meditativa o creadora. Se trata de un gesto frontal en el que, se mira directamente al rostro del amado y se ve “con los ojos bien abiertos” aquello que solía permanecer oculto. ¿Quién podría, ante el vislumbre de esta chispa, de este chasquido de luz, de esta radiación incandescente, mirar hacia otro lado? Y si además, la intuición nos dijera que más allá de Helios, más allá de su resplandor vivificante, existiera una Luz de luces, una Luz cegadora, fulgurante e indescriptible ¿quién podría, entonces, no orar silenciosamente, hasta convertirse en un heliotropo enamorado? Se trata de territorios liminales que se transitan de forma liviana y se presentan bañados de una luz extraordinaria. Se ven, se recorren, se viven y experimentan sólo si se está en ellos. O acaso “¿es posible ver sin estar allí donde se ve?”
Para acceder a este territorio intermedio, el viajero, que inició su andadura herido de amor, ha tenido que abandonar las llanuras de lo conocido e iniciar el ascenso hacia la cumbre, transitando caminos inciertos. Durante su recorrido ha ido desprendiéndose de toda carga para llegar a la cima con lo esencial. Habiendo llegado a estas alturas, comprobará que su caminar se ha vuelto ligero, que aquí es más sencillo regar el jardín del alma, pues el agua fluye en forma de visiones y audiciones que afirman el sentido del viaje. Todo lo que se siente y se ve, todo regalo de imágenes, palabras o melodías inspiradas, se recibe e incorpora como algo sabido originariamente en lo profundo del ser. Al llegar a la cima, el aventurero espiritual, descubre que el camino de ascenso es, al mismo tiempo, un camino que ahonda en el fondo de su ser y que no ha coronado otra cumbre que la de su propio corazón.
La Heliosis; una Gozología
“No hay noche que no tenga luz, pero está oculta. El sol brilla también en la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta las demás luces. De la misma manera actúa la luz divina, que oculta todas las luces.” Maestro Eckhart. El fruto de la nada
“Entonces me inundó el gozo de la unión y caí en el abismo sin fondo, y salí de mi espíritu para esa hora de la que nada se puede decir.” Hadewijch de Amberes. Visiones
La palabra heliosis significa “insolación”, es decir, patología provocada por un exceso de exposición solar. Pero el sentido que adquiere en este proyecto, va más allá de la afectación física, para referirse a ella como un phatos metafísico. Los síntomas de este pathos, de esta pasión luminosa, son el gozo, la exaltación y la alegría radiante. El sufrimiento sería pues la antítesis de esta patología gozosa, de esta “gozología”. La radiación luminosa de Helios no afectaría únicamente a la superficie dérmica, sino que, penetrando hasta el fondo del ser, comunicaría con nuestra esencia luminosa. En las cumbres del paisaje visionario, el viajero enamorado, sintiéndose próximo al Sol, se reconoce iluminado. Sus sentidos se exacerban como dotados de una nueva sensibilidad y la percepción auditiva y visionaria traspasa sus posibilidades ordinarias, ampliándose para captar una nueva realidad.
Pero, no bastará con contemplar y saborear la belleza y la dulzura del Amor, con ser arrebatado con pavor, entusiasmo o alegría intensa por la visión de las múltiples facetas de su rostro único. Será necesario trascender las cumbres iluminadas, dejar atrás los paisajes visionarios, las inspiraciones creativas. Ir más allá del territorio intermedio, de las visiones sobrecogedoras, del juego caleidoscópico del pleroma imaginal. Aunque la proximidad, el roce luminoso y la visión húmeda de la Fuente del amor, convierta al viajero espiritual en conocedor, pionero y explorador del Misterio, la finalidad de su viaje va más allá del conocimiento visionario. El fin del recorrido místico, la heliosis es, en definitiva, una meta-iluminación. Se trata de una patología de amor, que activa el tropismo del enamorado para que se eleve y se abisme en un abrazo con su Amado.
El acercamiento a Helios conlleva, sin duda, una hiper-exposición solar. Los riesgos no son pocos. Si las alas que te alzan no son verdaderas, es decir, si el impulso amoroso no es real, la caída es, tal como le sucedió a Ícaro, inevitable. Enamorarse del Sol, siendo todavía humana, tiene sus consecuencias, la misma Leucotoe fue castigada al inframundo y trasformada en un árbol de incienso. Y es que, el requisito imprescindible para poder abrazar a Helios, para ser Él-yo, para fundirse con la Fuente de toda luz, es un corazón puro que se atreva a padecer una heliosis y que no dude en trasmutar su condición humana para volverse solar.