La serpiente lleva fascinándonos desde la antigüedad. Vive en la tierra, en el sí de la madre generadora. Tiene un aire extraño, como de inmortal, siempre cambiando de piel. Sin pies, se desplaza por cualquier lugar, a menudo con rapidez maravillosa. Esta bestia transita los ámbitos de la vida y de la muerte con toda la ambigüedad que caracteriza al tótem, al dios y al símbolo. Por eso se endereza consagrada a la medicina en la vara del dios preservador, Esculapio; por eso en el texto tardo antiguo i paleo cristiano Physiologus se describe en términos de regeneración, como en el Génesis se asocia con el pecado; por eso Mapi Rivera, sin saberlo, recorre sus características para configurar su propia elegía personal a la renovación emocional.
La protagonista de la serie Piel de paso, esta joven vestal engalanada con túnicas multicolores, es la serpiente inmortal y amorosa de Rivera. Como la tierra hace con el cielo (pensamos en Gea y Cronos), ofrenda sus pechos y su vientre al cielo que la envuelve. Para el encuentro se deshace de todas las pieles antiguas, cada una del tono de una experiencia diferente. Se desnuda de los colores del Arco Iris, como hacía las elegidas sobre los zigurats mesopotámicos, que desnudas y predispuestas a la cópula con el dios, habían dejado atrás los peldaños pintados de todos los colores de la escalera sagrada. Recorriendo una iconografía de siglos, a medida que se desnuda se acerca más al éter sagrado de ángeles y reyes divinos. Bien empapada de platonismo, la Venus Genetrix (la de La Primavera de Botticelli), vestida y tocada por amores terrenales, se desviste hasta convertirse en Venus Caelestis (El nacimiento de Venus, també de Botticelli), novia inmaculada lista para los amores sublimes del cielo. La desnudez es el vestido más excelso, que se engañen las hojas de parra –lo saben los practicantes de muchas religiones; lo impusieron los artesanos egipcios y griegos. Pero ella que ahora espera solícita y pura no promete nada; Tampoco lo hace la serpiente poderosa que vive en las cuevas, intersecciones entre el mundo de los vivos y de los muertos, que no está más cerca de las preocupaciones de la semilla que germina que del árbol que muere. Ella se ha desnudado de todo para el nuevo encuentro, pero cuidado: si con el nuevo amor generase piel muerta otra vez, se libraría de ella como ha hecho con tantas otras.
Porque al final las pieles son siempre lugares de paso.