CUERPO DE LUZ, Augoeides, 2025

Mapi Rivera

“Augoeides”, que posee forma de “auge”, esplendor, brillo, radiación, luminosidad. Esfera del alma que es radiante, hecha del brillo de la luz que percibe la verdad en todas la cosas y en sí misma.

Antes de aprender a ver y a delimitar los contornos de la realidad, cómo infantes recién nacidos, percibimos a todos los seres como burbujas vibrantes de energía; flujos de luz que se redibujan de forma continua sobre un nodo, un centro, un corazón. Para la mirada abierta y sensitiva somos pequeños soles rutilantes, emitimos luz, y estos filamentos nos conectan creando la trama de la realidad, un tejido que, a su vez, volvemos a trenzar para crear la urdimbre de nuestra vida. Nuestras percepciones, creencias, emociones, acciones, recrean una matriz que puede ser confiada, generosa, expansiva, o puede encogerse en el miedo y las tensiones, como una cutícula a la espera de nuestra transformación.

Cuando limpiamos nuestra mirada, porque conectamos con el núcleo de nuestra verdad, ese corazón que palpita bondad, empezamos a ver los hilos luminosos que crean la vida. Cuidamos nuestro tejido porque sabemos que es la red que nos permite vivir esta experiencia encarnada en interrelación indispensable con otros seres y elementos. Respiramos aire, nos nutrimos de alimentos, los líquidos de nuestra sangre circulan continuamente en nuestro interior, y así, estamos conectados irremediablemente a todo lo que es.

Poder percibir los hilos que sostienen la trama de la realidad nos ayuda a ordenarla. La coherencia cordial nos permite latir en armonía y crear una vida de templanza y equilibrio. Por eso, el antiguo símbolo de la balanza, el corazón y la pluma, nos recuerda que, en nuestro tiempo, también es vital vivir con ligereza, recuperar la inocencia, la pureza cordial, que nos permitirá de nuevo irradiar nuestro brillo, “augoeides”, ese esplendor que es nuestra auténtica forma de expresión.